Todas
las grandes e innumerables cuestiones de la vida se pueden ir agrupando y
enlazando unas con otras, y otras entre sí, formando una red hasta reducirse a
un puñado escaso. La muerte, el futuro, la sociedad, la fe, la esperanza, el
amor, la empatía, la pasión, etc., son sólo algunos de estos temas que nos
llaman, nos preocupan y nos asustan, nos impulsan, nos mueven y nos motivan,
nos alientan. Creo que todos ellos pueden reducirse a tan sólo tres, con el
vínculo común de la Vida: El Amor, la Muerte y el Miedo. Estos tres temas, a su
vez, se interrelacionan estrechamente, de forma que el miedo a la muerte se
define como el amor por la vida, y “de la muerte del amor nace el amor a la
muerte”. Así, todo queda en dos grandes temas: Amor y Miedo, si consideramos
que “la muerte es mentira”, ya que “mientras somos, la muerte no es”, y es el
miedo lo que realmente nos provoca esa aversión a la muerte.
El
amor nos mueve. El amor envuelve nuestras vidas de una forma a veces sutil y
otras veces arrolladora, unas veces descarada y otras inconsciente. El amor
influye y dirige nuestras vidas a cada momento, inimaginablemente: en las
relaciones familiares, sociales, profesionales y de pareja. Amar es anteponer,
voluntaria e ilógicamente, los intereses de otra persona a los tuyos. Esta
situación sólo se explica por la empatía y la compasión que nace del amor. Por el
contrario, en muchas situaciones podemos confundir las borrosas fronteras que
separan conceptos similares pero distintos: Amas. Eres. Hieres. Quieres.
Requieres.
Extrañamente, ‘quieres’
y ‘requieres’ son antónimos. ‘Quieres’ (= amas) implica una unión, marcada como
un impulso, que te vincula inconscientemente a otra persona... e inopinablemente te enamoras.
Imposible desenamorar. Ocurre igual con el amor de pareja, que simplemente
ocurre sin razón. Consideramos, por otro lado, ‘requieres’ [= solicitas;
(‘requieres’ no es ‘vuelves a querer’)], y no debemos confundir estas ideas,
porque en ocasiones llegamos a exigir lo que no deberíamos ni siquiera pedir.
Eso nos conduce sin remedio al dolor; y el dolor, al miedo.
El miedo al
dolor es a veces más peligroso y más dañino que el dolor mismo, de la misma
forma que la costumbre a la desesperación es peor que la misma desesperación, o
igual que una palabra puede ser “más triste que la propia tristeza”. El miedo
es una razón poderosa que puede hacer tambalearse al más fuerte, y puede llevarnos
a buscar el extraño placer de la insensibilidad, para evitar el dolor de que
alguien nos hiera. Sentimos miedo cuando somos vulnerables, y nunca es uno más
vulnerable que cuando cierra sus ojos, abre sus cerrojos, abandona la seguridad
de su hermetismo y se abre de par en par. Somos en verdad seres vulnerables, y
el miedo nos atenaza y nos desequilibra. Sin embargo, y hasta cierto punto, el
miedo es útil, nos mantiene alerta, nos protege del dolor, nos evita dolor,
pero sobrepasado ese límite invisible, el miedo puede desviarte de un camino
recto, de un camino por recorrer. Debe encontrar “cada caminante su motivo”, y
entonces el miedo pierde razón de ser, y desaparece.
El miedo al
amor es un miedo atroz. No es cobarde ni enfermizo, sino al contrario, es quizá
el único miedo valiente que exista, porque tener miedo implica una voluntad
latente por vencer ese mismo miedo. Lo contrario, la rendición al miedo, es
irreversible. La voluntad por querer vencer el miedo al amor produce dolor en
un corazón sin equilibrio, pero es un dolor lógico y necesario, es un recorrido
duro que te encamina hacia tu estado normal de equilibrio, sin ansiedades, ni
rencores, ni dolor.
Ser vulnerable
es el mayor regalo que una persona puede hacer, es el grado máximo de
confianza, y constituye la esencia misma del amor: anteponer.
Anteponer tus
necesidades a las mías.
Anteponer tu
dolor al mío.
Anteponer tus
miedos a los míos.
"Anteponerte al
Sol, a la vida misma".
Ser vulnerable es arriesgado. Omnias Vulnerant: Todas hieren. La
última, sin embargo, salva.
Kai - Septiembre 2012